sábado, abril 13, 2024
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“Marcharemos hasta el Capitolio”, dijo Trump

Por: Eduardo Mackenzie

El hecho político central del pasado 6 de enero en Washington fue la inmensa y pacífica manifestación popular de casi un millón de trumpistas venidos de todas partes de Estados Unidos, para denunciar un fraude electoral y la amenaza que planea sobre las libertades, como el derecho a elegir las autoridades sin que las reglas del voto sean modificadas en secreto por los escrutadores y sus diabólicas máquinas de votar.

La irrupción violenta en el Capitolio de un grupo de manifestantes, dirigidos sin duda por vándalos Antifa, como ha sido constatado por testimonios y fotos recogidas en la acción por fuentes diversas, es algo más que un incidente. Los intrusos no estaban armados. No destrozaron las oficinas, ni crearon incendios. Los congresistas pudieron ser evacuados. Había un ambiente de exaltación y de curiosidad, pero no de odio devastador. Sin embargo, impartida por la policía, no por los asaltantes, la muerte se hizo presente en ese recinto. Ashli Babbit una libertariana de 35 años, veterana de la fuerza aérea americana, fue abatida por un uniformado dentro del Congreso, de un disparo en el cuello. Otra mujer y dos hombres murieron fuera del Capitolio por “urgencias médicas”, según la policía. Los detenidos fueron 52, de los cuales 23 dentro del edificio.

La invasión del Capitolio, uno de los símbolos de la democracia americana, fue un acto ilegal grave. Sin embargo, hay que ver la dimensión y el origen de las cosas. Lo que hace la prensa pro Biden es, por el contrario, ocultar lo que desató ese suceso. Quieren eclipsar la formidable manifestación en Washington y otras ciudades de Estados Unidos ese día, y escamotear el excelente balance geopolítico de Donald Trump, sus envidiables resultados en materia de empleo y desarrollo, y su combate audaz contra las dictaduras china e iraní, y contra las maniobras económico-tecnológicas de Pekín, logros alcanzados a pesar de la obstrucción sistemática de los obamistas durante cuatro años.

Los medios europeos que repiten como loros la propaganda de los “big media”, muestran ese desbordamiento como un “levantamiento”, o como una “insurrección” o, peor, como un “golpe de Estado” que habría sido “instigado por el presidente Trump”. Esa prensa no dice si tienen pruebas de semejante acusación. Eso les importa un pito. Saben que sus montajes asustan, sobre todo a la masa desinformada por ellos mismos. Presentan el incidente como algo de dimensiones cósmicas y sin precedentes. Ocultan que el Capitolio de Washington fue invadido el 2 de mayo de 1967 por 24 Black Panthers armados de fusiles antes de ser desarmados y detenidos por la policía –para no hablar de la toma del Capitolio de California, en 1969, por otro comando de Black Panthers–.

La venalidad de esa prensa quedó de nuevo expuesta al disimular los detalles claves de lo que pasó. Poco dicen de los esfuerzos de manifestantes trumpistas por impedir que los exaltados rompieran las ventanas e irrumpieran en el edificio. Detalle éste que fue conocido gracias a los videos y fotos que captaron testigos de esos instantes. Esa prensa no ha explicado por qué los guardias del edificio dejaron pasar a esa gente y hasta por qué los guiaron dentro del edificio. Mucho menos han querido sacar las conclusiones que se imponen sobre las fotos que muestran a conocidos Antifas dentro del Congreso.

La célebre abogada Sidney Powell escribió: “Fueron los terroristas Antifa quienes comenzaron la violencia. ¿Recuerdan a la gente que los demócratas pagaron para comenzar las peleas en los mítines de Trump en 2016? No hay nada que la izquierda no haga para destruir este gran país y nuestra clase media”.

Algunos afirman que Trump dio la orden a los manifestantes de tomar el Capitolio. En un tono que no utiliza contra los Black Lives Matter, Los Angeles Times escribió que Trump había “incitado a la chusma”. Nadie del campo republicano hizo eso. ¿Dónde está la frase que pueda ser vista como la señal para realizar ese asalto? Esa frase no existe. Esa no es la orientación de Trump. El presidente americano no atacó el proceso electoral de su país: atacó el masivo fraude electoral cometido en la noche del pasado 3 de noviembre (1).

La irrupción en el Capitolio fue la iniciativa desconectada de unos pocos. Y si hubo un plan previo éste fue urdido por grupos que utilizan la violencia Antifa para desestabilizar a sus adversarios, los patriotas americanos.

Las manifestaciones del 6 de enero son el resultado de cuatro años de humillaciones contra el electorado de derecha, y contra Trump mismo, orientadas por los grupos de extrema izquierda racista que gravitan en torno de Kamala Harris, quienes se preparan para irrumpir ahora en puntos vitales de las estructuras de poder. El choque de este miércoles fue así mismo una respuesta errada a un año de manifestaciones violentas, de atrocidades callejeras de los BLM, de quema de iglesias, de asesinatos, de incendios, de destrucción de estatuas (a lo que no escapó ni siquiera Abraham Lincoln) y finalmente al fraude electoral en cinco estados de la Unión. La marmita tenía que reventar por alguna parte.

La manifestación pacífica del 6 de enero fue, en cambio, la respuesta digna de un pueblo que no acepta que le roben su victoria electoral y que minorías fanáticas quieran tomar el poder al precio que sea. El responsable del incidente del Capitolio no fue Trump sino los que crearon, desde el primer día de la elección de éste, un clima social explosivo.

El desgaste del Estado-nación, y con él la crisis del derecho y del pluralismo democrático, es un fenómeno mundial. Lo sucedido antier en Washington es una prueba de hasta dónde llega eso. La censura pavorosa del debate político ejercida contra el jefe de Estado y sus seguidores, por empresas privadas no elegidas, como las cadenas CBC, NBC, CNN, y por las redes Facebook y Twitter, entre otros, así como las calamidades de todo tipo que engendró en los países el siniestro virus de Wuhan, aumentaron la presión destructiva. ¿Esta se diluirá gracias a Joe Biden? Nada es más incierto que eso. Por el contrario, los cuatro años que vienen prometen ser terribles.

(1).- El 20 de noviembre de 2020, un sondeo de opinión de Rasmussen mostró que el 30% de los demócratas, el 39% de los independientes y el 75% de los republicanos, es decir, el 47% de los estadounidenses, estima que Joe Biden se robó las elecciones.

@eduardomackenz1

 

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