jueves, abril 18, 2024
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Economía Naranja: un paciente en fase terminal

Por: Roberto Rave Ríos

Uno de los grandes filósofos de la historia reciente, José Ortega y Gasset, versó constantemente sobre las circunstancias de las personas y la dificultad del juicio humano que sobreviene de la imposibilidad de ponerse en “los zapatos” de los demás. Sin duda alguna, el presidente Iván Duque afronta como líder una de las circunstancias más complejas de nuestra historia.

Soy testigo de la seriedad y el arduo trabajo del presidente Duque, lo recuerdo claramente en mi paso como asesor del Congreso de la República de Colombia. Su disciplina, su capacidad de análisis y sobre todo de generar consensos. Además de sus ideas nuevas y disruptivas, entre ellas la de la “Economía Naranja”.

Este entusiasmo por transformar la economía colombiana y por combatir su dependencia de las materias primas fue la base no solo de la campaña presidencial, sino también del Plan Nacional de Desarrollo, que es la hoja de ruta aprobada por el Congreso de la República. Aunque hoy en día muchos colombianos siguen preguntándose sobre el significado de la economía naranja.

En el portal web de economía naranja, creado por el Gobierno, encontramos que es un “modelo de desarrollo en el que la diversidad cultural y la creatividad son pilares de transformación social y económico” (https://www.economianaranja.gov.co/oferta.html). La definición esgrime muy bien los sectores que hacen parte de ese eje transversal del nuevo plan para el desarrollo de Colombia: artes visuales, artes escénicas, turismo y patrimonio cultural, educación, gastronomía y artesanías, entre otros.

La destrucción de estos sectores es salvaje, restaurantes, bares, hoteles, eventos, museos, artistas que durante más de cuatro meses han sido relegados por nuestro Gobierno. Las ayudas parecen no entender la dinámica de estos sectores que siguen sin ser escuchados. Y con la destrucción de estos lugares, la muerte también de la tradición y la cultura colombiana. Miles de empleos destruidos y un millón de recuerdos, de historias y finalmente de sueños, de ese sueño por centrar la economía colombiana en el talento de sus ciudadanos.

“Hoy, en Colombia están parados más de 1.500 bibliotecas, 1.200 salas de cine, 700 museos, alrededor de 300 teatros de auditorios, 70 circos, alrededor de 60 a 70 galerías, 60 espacios independientes, 200 escuelas de música y danza y 700 a 800 casas de la cultura” (https://www.portafolio.co/economia/pandemia-frena-en-seco-la-naranja-de-duque-540512). Esto sin contar con aquellas empresas que tienen que ver con la hotelería y los restaurantes, base estructural de nuestra economía de servicios y de otro de los grandes hitos por cumplir en el Gobierno: “el turismo como motor y nuevo petróleo de la economía”.

Las cifras dicen que en Colombia después de marcada la reactivación, se ha recuperado mas de 90% de la actividad económica (https://www.dinero.com/pais/articulo/reactivacion-economica-en-colombia-durante-confinamiento/292693), sin embargo la economía naranja agonizante sigue sin soluciones de reactivación ni de ayudas reales. Es cierto que Colombia se acerca al pico y que debemos cuidarnos, pero si una persona puede montarse en el metro de Medellín o ir a mercar siguiendo los protocolos de bioseguridad y no enfermarse, tranquilamente podría asistir a un museo, a un evento cultural y otras actividades cumpliendo las normas establecidas. Este tipo de privaciones tiene cargas emocionales muy fuertes y tal vez esta ha sido la oportunidad para darnos cuenta que aquello que se encierra tras el concepto de “economía naranja” es vital en la moral, el ánimo y la salud mental de los ciudadanos.

Cobra vigencia en esta priorización económica la gran afirmación de Nuccio Ordine en su libro “La utilidad de lo inútil”, que afirma: “En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte (…). Si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agotado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad”.

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