lunes, marzo 18, 2024

Doña Lina

Por: César Mauricio Velásquez

Un poco de silencio, ante los ruidos de mentira y engaño, es necesario para poder leer con otro ánimo los cinco párrafos que doña Lina, esposa del expresidente Álvaro Uribe, madre de dos hijos y abuela de cinco nietos, escribió esta semana.

Ante la decisión ya conocida, doña Lina expresa que “su familia más cercana, hemos guardado silencio. Necesitamos atravesar el dolor para encontrar en él la prudencia y el pudor que tal vez, sólo tal vez, sirvan para renovar un lenguaje desgastado por el rencor y los fanatismos políticos“.

El silencio que ella planta es punto de partida que abre espacio a la reflexión, a una mejor disposición para actuar con inteligencia, pues el ruido externo e interno alteran la realidad, el buen juicio y la acción correcta.

El fanatismo es contrario a la razón, al pensar con amplitud. El fanatismo impide ver más allá de lo inmediato. Los nuevos fanatismos que crecen en la sociedad colombiana son humo tóxico de los viejos totalitarismos, sembradores de odio, resentimiento social y anarquía. Negados al diálogo y cerrados a la búsqueda de la verdad. Promotores del relativismo que en las últimas décadas ha dado origen a todas las formas de violencia y justificaciones para matar o exterminar al que piensa distinto o se opone a negocios ilícitos.

El silencio reflexivo supone calmar las pasiones para poder influir con responsabilidad en el cambio de una narrativa que sólo favorece a los instigadores de rabias, venganzas y destrucción, como proclamas de ideologías fallidas. El espacio político y social, soportado en las múltiples formas de comunicación, no puede quedar en la inercia del odio, sin posibilidades de construir un ambiente social más civilizado y justo.

“La ausencia de un sentido espiritual que guíe los destinos del país y de todos nosotros -como individuos que hemos de cumplir con ambos destinos- ha venido resolviéndose por décadas en una narrativa de odio que ya alcanza a las nuevas generaciones“, escribe doña Lina.

Bajarle volumen al orgullo y a la envidia es un camino para controlar el fanatismo y desmontar el lenguaje violento y abrirse un poco a la cultura del encuentro, necesaria para que la política tenga su espacio y la justicia actúe con independencia y transparencia.

En el silencio se comprende mejor lo que pasa, lo que queremos decir y lo que esperamos de los demás, nos abrimos a la escucha recíproca, capaz de construir relaciones de respeto y confianza. En el silencio, así como en el dolor, la prudencia ayuda a discenir lo importante de lo inútil; lo cierto y verdadero sobre la mentira y la difamación. Ante esta situación, es un imperativo crear un ambiente propicio que nos permita cambiar el recuento de odio sin sacrificar la verdad ni la justicia.

En el silencio reflexivo se decanta la acción responsable y generosa de personas inmensas, de esas que sin renunciar a la verdad comprenden y perdonan. Incansables servidores que defienden la libertad, aunque mucho hayan sufrido la injusticia y la ingratitud.

Son personas de las que hemos aprendido que cuando hay lealtad y amor auténtico no hay causa perdida. Doña Lina es así y así atraviesa el dolor, con una fuerza espiritual que sólo reciben las almas rectas.

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